sábado, 29 de noviembre de 2008

LA PRIMERA VEZ (crisis irresoluta) Por Ernesto G.

Sucedió en el Metro, de Praga. Protagonista activa: una chica bellísima, rubia, con ojos de aguamarina, con aires nórdicos, iba sentada en el Metro junto a uno de los amplios ventanales, y la luz solar la iluminaba cual si fuese una "Minerva" entronizada. Ante ella, de pié, sujetándose a una vertical barra metálica, nuestro protagonista pasivo: varón de unos 74 años de edad, sin haber perdido la juventud de su carácter, dinámico, comunicador, optimista, observador, con recalcitrantes inclinaciones de autoestima, seguro de sí mismo, galante y caballero según catalogaciones ajenas. Todo venía a converger en mi persona, pues era yo mismo.
El Metro iba rebosando de viajeros, con todos los asientos ocupados y apretados grupos que permanecían de pié durante el trepidar del trayecto
Por sorpresa, la chica rubia se levantó de su asiento y con una sonrisa angelical acompañada de un inequívoco gesto, me brindó su asiento.
En verdad que me ví sorprendido, pero mi reacción fue tan rápida como un resorte, y, naturalmente, rehusé el ofrecimiento revistiéndome con una careta de fingida gratitud…
Reacciones múltiples, paralelas e internas, me dictaban, todas a la vez, reflexivas consideraciones, que conscientemente quería rechazar. Tales como: "Bueno, ¡vaya por Dios!, es la primera vez que me ocurre esto", o, "…y es que es verdad, no sé quién me dijo que a partir de los 60 nos volvemos invisibles, aunque ya acuso que con algunas lamentables excepciones, pues hoy me he hecho bien visible", o, "debo de inspirar veneración" ¡¡¡puaschhhh!!!, o, "¡qué viejo soy!" …para , al final, convencerse de que a estas alturas es yá muy difícil (aunque sigo creyendo que posible) "comerse una rosca". En fin, que las crisis se manifiestan cuando ménos uno se lo espera.

Ernesto

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