sábado, 29 de noviembre de 2008

ADIÓS EN UN JARDIN por Mariángeles Cantalapiedra

Eran las cinco de la mañana, como la canción, cuando su corazón de nata estalló por las patadas de un miserable… Fue hace una semana y sigo pensando en ese muchacho de apenas dieciocho años. Me digo "Podía haber sido uno de tus hijos" y se me sigue helando el ánimo mientras la sangre hierve.

Hay un mundo, al cual aunque no me guste yo también estoy metida en el engranaje, que funciona con nuestro consentimiento a pesar de ser vil y oscuro. Actúa con total impunidad. Un fajo de billetes para mirar hacia otro lado, una irresponsabilidad e ignorancia de los padres. Unos profesores, a veces atados de manos, otras, no cualificados, contribuimos a que el alcohol, las drogas y personajes siniestros sigan girando alrededor de los cachorros del futuro.

Y mientras, nuestros jóvenes sortean toda clase de experiencias y algunas se las podíamos evitar porque, ¿qué aporta una borrachera tras otra y una o mil rayas?
Quizá, si esos locales, que se mantienen gracias a nuestros jóvenes, fueran de verdad sancionados y vigilados por las instituciones, hoy ese muchacho, una semana después, estaría volviendo a casa, un fin de semana más de su larga vida. Porque Álvaro estaba comenzando a recorrer su juventud y le esperaba un mañana que un miserable se lo truncó.

Nuestro presente sólo habla de crisis y recesiones financieras, ¿acaso nuestros zagales no están inmersos en la peor depresión?

Hoy, me he despertado comprendiendo más a mis jóvenes, metiéndome un poquito más en su piel; sé que me necesitan y aquí estoy, ESTAMOS TODOS.

Mariángeles Cantalapiedra

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