Eran las cinco de la mañana, como la canción, cuando su corazón de nata estalló por las patadas de un miserable… Fue hace una semana y sigo pensando en ese muchacho de apenas dieciocho años. Me digo "Podía haber sido uno de tus hijos" y se me sigue helando el ánimo mientras la sangre hierve.
Hay un mundo, al cual aunque no me guste yo también estoy metida en el engranaje, que funciona con nuestro consentimiento a pesar de ser vil y oscuro. Actúa con total impunidad. Un fajo de billetes para mirar hacia otro lado, una irresponsabilidad e ignorancia de los padres. Unos profesores, a veces atados de manos, otras, no cualificados, contribuimos a que el alcohol, las drogas y personajes siniestros sigan girando alrededor de los cachorros del futuro.
Y mientras, nuestros jóvenes sortean toda clase de experiencias y algunas se las podíamos evitar porque, ¿qué aporta una borrachera tras otra y una o mil rayas?
Quizá, si esos locales, que se mantienen gracias a nuestros jóvenes, fueran de verdad sancionados y vigilados por las instituciones, hoy ese muchacho, una semana después, estaría volviendo a casa, un fin de semana más de su larga vida. Porque Álvaro estaba comenzando a recorrer su juventud y le esperaba un mañana que un miserable se lo truncó.
Nuestro presente sólo habla de crisis y recesiones financieras, ¿acaso nuestros zagales no están inmersos en la peor depresión?
Hoy, me he despertado comprendiendo más a mis jóvenes, metiéndome un poquito más en su piel; sé que me necesitan y aquí estoy, ESTAMOS TODOS.
Hay un mundo, al cual aunque no me guste yo también estoy metida en el engranaje, que funciona con nuestro consentimiento a pesar de ser vil y oscuro. Actúa con total impunidad. Un fajo de billetes para mirar hacia otro lado, una irresponsabilidad e ignorancia de los padres. Unos profesores, a veces atados de manos, otras, no cualificados, contribuimos a que el alcohol, las drogas y personajes siniestros sigan girando alrededor de los cachorros del futuro.
Y mientras, nuestros jóvenes sortean toda clase de experiencias y algunas se las podíamos evitar porque, ¿qué aporta una borrachera tras otra y una o mil rayas?
Quizá, si esos locales, que se mantienen gracias a nuestros jóvenes, fueran de verdad sancionados y vigilados por las instituciones, hoy ese muchacho, una semana después, estaría volviendo a casa, un fin de semana más de su larga vida. Porque Álvaro estaba comenzando a recorrer su juventud y le esperaba un mañana que un miserable se lo truncó.
Nuestro presente sólo habla de crisis y recesiones financieras, ¿acaso nuestros zagales no están inmersos en la peor depresión?
Hoy, me he despertado comprendiendo más a mis jóvenes, metiéndome un poquito más en su piel; sé que me necesitan y aquí estoy, ESTAMOS TODOS.
Mariángeles Cantalapiedra
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