jueves, 15 de mayo de 2008

EN HOTEL SÁNCHEZ DE AÍNSA por Atho

La cajetilla de cigarrillos duerme bajo el mechero azul. Solo dos muertos en el cenicero. El libro de La Arcadia con su tapa un poco levantada parece bostezar sobre la mesa de los dos ordenadores. El ratón del PC vecino está atento a las chicas de la barra del bar que enseñan la "riñonada".
Por fin ha llegado la primavera. No sé qué escribir. Algo de fantasía, un poema, un relato corto..., bueno, vamos a ver…

Sin darme cuenta mi pensamiento desnudo ha traspasado las puertas de la fantasía. No es un paisaje bucólico, donde me encuentro, es gris como la tapadera de una olla doméstica a presión. Trato de alcanzar la cumbre negra del extraño montículo, pero, no puedo, me deslizo. Una y otra vez, nada. Estoy cansado. Me apoyo en un muro, también negro, donde en un principio he aparecido. Aún faltaba poco para recuperarme del esfuerzo, cuando una mano verde de goma y, grande como una montaña, atrapa la cúspide y la levanta. Un chorro de vapor ciega mis ojos.
Alguien me recoge por los hombros y me lanza dentro de las fauces de una especie de volcán en erupción. Estoy flotando agarrado a un trozo de carne de cordero que navega crudo en un líquido que huele a verduras.
La misma mano, ayudada por un cucharón, me recoge y me lanza fuera de ese volcán y aterrizo sobre una superficie de mármol. Cerca, los tentáculos de una sepia me cobijan.
Me apresuro, e inicio una carrera loca, hacia lo que parece un mosaico que representa una naranja y me siento, cansado del esfuerzo, apoyando la espalda en el brillante dibujo. Me dispongo a ver el campo libre entre el montón de comida de proporciones gigantescas, esparcida por doquier, para escapar.
En este momento, yo no sé si soy yo o mi pensamiento. Pues me toco y no me noto. Ahora me explico cómo no me he escaldado en lo que ahora tengo la sensación de haber caído en un océano de un caldo del cocido. Mas, que debo hacer para gobernar el pensamiento. Hasta ahora son los pensamientos los que me dominan a mí.
Suena una canción, que reconozco como "My way", de Frank Sinatra. Me siento tan atraído por la melodía que me trasporta por unas ondas desconocidas hacia un aparato de radio. No tengo dificultad para penetrar por uno de los agujeros que tiene el altavoz. Una vez dentro, en circunstancias normales, seguro que me habría revenado la potencia del sonido. No es sí, la melodía acaricia, no a mí, sino a mi pensamiento, y de tal manera que siento un placer nunca experimentado.
Se ha interrumpido bruscamente la canción. Está dando noticias de la guerra del Líbano. Y… han apagado el aparato. Me confundo con el silencio. Y, ahora qué me pasa… me parece que estoy recuperando mi cuerpo, sí, ya lo tengo de cintura para abajo… ahora, la parte superior aparece acoplarse en perfecto estado.
Situado ante el ordenador del bar observo las palabras escritas sobre la pantalla, una pantalla blanca que no he solicitado. Van apareciendo un texto…

Curioso, empiezo su lectura. Llego a este punto y... para qué pensar. No me atrevo, no sea que empiece otro alucinante viaje.
Voy a seguir leyendo Arcadia de Jacopo Sannazaro.
"… Filis mía, más blanca que los ligustros, más bermeja que el prado en abril, más fugaz que una corza, y más malvada para mí que lo que fuese para Pan, la ninfa Siringa, que vencida y cansada, convirtióse en caña, trémula y sutil…"
¡Vaya! Yo nací en el mes de noviembre, la época del Ngetal, de la caña, según el zodiaco lunar céltico. A ver si me encuentro con Siringa y me cuenta que pasó con Pan.
¡Ojala! me encantaría estar entre los montanos dioses de la Arcadia, seguro que, entre Pan, los Sátiros, Ménalo y Liceo, estaría mejor que entre estos clientes del bar
, turistas de pantalón corto a pesar del fresco que está haciendo, jugadores de guiñote que gritan discutiendo la jugada y otros alborotando frente al televisión viendo un partido de futbol.
De todas la maneras que felicidad debe ser estar en la cima Partenio donde reina una eterna primavera. Este deseo nunca lo tuve mientras era joven. Ahora, con esta edad, tal vez es normal. El abeto de la juventud, sin duda alguna, se ha transformado en un olivo de piel rugosa.
Van a ser las cinco de este martes y trece. No sé si me traerá buena o mala suerte.
El marcador del tiempo, anota 7 minutos para el final del importe pagado para el uso del ordenata. A sí que voy a ver si sé pegar unas fotos en el texto y termino con esta narración que no sé como continuar.
Vamos a ver...
Pues, no, no he podido. Ya se está acabando el tiempo. Me iré a tomar una cerveza en el Bar Pirineos y luego iré a buscar a Ana a la pelu.
¡Plaf! Se acabó. Chao.
Atho

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